PRIMERA LÍNEA TEMPORAL
Capítulo 4
Humanos
Miras el
firmamento, buscando un buen acontecimiento
Miras a tu
familia, a lo lejos ya no brilla
Te sientes
seguro hacia el horizonte en medio de rinocerontes,
Descuidas
tú mente que creías aliada, solo queda tu oscura mirada.
Con cada descubrimiento, su vida mejoraba en este plano existencial, pero
a su vez desataban peligros más grandes en su frágil sociedad.
La nave de Piñato, era un modelo básico de viajes intersistemas, nada
hecho para salir de su galaxia Jelly Bean, pero corrió el riesgo, quería correr
ese riesgo, no quería pensar mucho en como dejaba su planeta para llegar a otro
totalmente anodino, pues la única conexión con este, eran viejos relatos,
viejas historias de un planeta azul que irónicamente llamaban Tierra, era
irónico, pues estaba constituido mayormente de agua, el líquido más toxico para
los zukarianos.
Un planeta que en su mayor parte era tóxico para él, era todo menos racional.
Los relatos decían de manera vaga, que los zukarianos descubrieron este planeta
en su primera incursión espacial fuera de su galaxia, que lograron mantener
contacto con sus habitantes, que había sido fructuoso y esperanzador. Pero los
acuerdos entre ambas razas habían sido rotos, de manera que los humanos desterraron
a los zukarianos y destruyeron otros tantos. Incluso hicieron fiestas con
muñecos alegóricos que destrozaban a palos.
Cada característica de este planeta azul, le advertía a Piñato que no
debía acercarse, aun así él estaba decidido, su objetivo era claro y no tenía
por qué arrepentirse.
El viaje duraba un tiempo relativo, es decir, depende de quién lo
preguntase, para un zukariano eran 5 bunclies, para un cidoriano eran 3,14
arkanos, para un aladuno eran 9 mil tesdas y para un margodo, era una pérdida
de tiempo.
Un trayecto prácticamente apacible, si no fuera por Puck, un satélite del
planeta Urano. Faltaba poco para llegar a la Tierra, solo a unos cuantos
planetas de distancia, pero una gran fuerza de gravedad descontroló la nave de
Piñato, lo que lo hizo detenerse en aquella masa de roca inhabitada, o eso
creía él. El panorama era un desierto de arena muy amarilla, adornado con la
total negritud del cielo, pero esta arena brillaba tanto que se podía ver
perfectamente todo alrededor, un brillo inusual, al que el zukariano no le
prestó mucha atención, pues estaba varado en aquel lugar y enfocaba sus
pensamientos en cómo salir de este.
El combustible para su nave era un concentrado de néctar rojo que
lentamente se derramaba por un orificio en el costado, sin este combustible
sería inútil siquiera pensar en salir de aquella atmósfera. Lo lógico era
interrumpir ese agujero antes de que el preciado líquido rojo se derramara por
completo, salir de la nave para reparar tal avería, la dificultad era que
Piñato apenas podía moverse; la gravedad del planetoide era tan grande, que su
extremidad más cercana al botón de escape, apenas sudaba azúcar intentando
temblar un poco, sin ningún movimiento exitoso.
Pobre del temerario ser, que aun sin haber llegado a la aterradora
Tierra, se quedaría estancado hasta la agonía, tomando su nave como lecho de
muerte, en aquella insulsa roca gigante. Que infeliz sería el suceso, de no ser
por unos enanos metalizados, que se acercaron a la zona, podían contarse por lo
menos once de ellos. Tomaron cada uno una parte de la nave y la alzaron como si
la gravedad no los afectara, avanzaron otro tanto y una escotilla entre la
arena se alzó, dejando ver una tenue luz carmesí en su interior.
Ya adentro, la gravedad se normalizó y Piñato pudo al fin moverse
libremente, a su alrededor una base de paredes naranjas le daba la bienvenida
al igual que los pequeños seres plateados. Bajó de la nave que ocupaba todo el
salón, y se paró enfrente de los lugareños, que tenían una estatura poco más arriba
de su cintura.
—Gracias— dijo Piñato
aun sin saber si debía dar gracias, pero no quería decir más, así probaría con
qué clase de seres estaba tratando.
—No hay por qué, nosotros derribamos su nave, pero no
me malentienda, lo hacemos siempre, no por usted en particular— Alzó la voz uno
de los enanos, que empezó a quitarse el traje metalizado, dejando ver su
verdadera forma; un ser de color gris al que no se le distinguía el cuello,
pero si sus cuatro extremidades que parecían tener terminaciones en metal
cromado, como si de guanteletes y botas se tratara. Su cabeza brillaba como la
arena de aquel lugar —. Verá, solo es un método de defensa para los que se
acercan a este sistema— Le dirigió una sonrisa a Piñato, notando que el
zukariano no tenía boca para devolvérsela.
Piñato no quería hacer más larga la conversación ni su estadía en ese
sitio, así que preguntó inmediatamente: —¿Tienen ustedes miel roja? El
combustible que necesito para mi nave— Dudaba de una respuesta afirmativa pero
tenía que intentarlo—. Todo el líquido se derramo por ese agujero- Señaló el
costado de su nave averiada.
—Es la primera vez que oigo hablar de un combustible
de esa clase, lo lamento— Le seguía dedicando sonrisas a Piñato, aun sabiendo
que no se las devolvía — Pero dígame ¿Cuál es el motivo de su visita en este
sistema?
Motivo de visita, no podía revelar su real motivo de visita, no sin saber
que intenciones tenían, debía pensar en algo que los dejara tranquilos y no lo
consideraran una amenaza.
—Soy un arqueólogo, del planeta
Gluton, voy a la Tierra a investigar la conexión de los humanos con mi raza y
la razón de su conflicto hace millones de años— Lo primero en lo que pensó
fueron esas historias ancestrales y esperaba que funcionaran.
—¡Pero qué bueno! —Sonrió
ampliamente el pequeño ser —. El conocimiento siempre es un propósito noble. Cuente
con nuestro apoyo en su labor. Si quiere puede registrarse en la base de datos,
para contactarnos con su planeta y traerle los implementos que le hagan falta. Es
la primera vez que un zukariano viene en esta era y no contamos con los
suministros adecuados, como la miel roja. ¿Cuál es su nombre?
—Turklan Dox — Recordó
Piñato. —Sí, ese es mi nombre… Entonces ¿Debo esperar el envío de la miel roja?
— Preguntó rápidamente para salir del tema del registro.
—No es necesario Señor
Dox, tenemos una capsula de teletransportación hacia la Tierra, cuando se hayan
hecho los arreglos y el llenado de combustible, su nave le será entregada en su
lugar de residencia. Le recomiendo que en una próxima ocasión haga el
respectivo anuncio de su llegada para evitar estos percances —Aún mantenía la
sonrisa el pequeño ser, ya algo cansado de mantenerla —. La AIISH es flexible
con los viajes intergalácticos, no queremos ser burocráticos al respecto, pero
si es necesario un mínimo de conocimiento sobre sus actividades, sobre todo
para su bienestar en este viaje.
—Entiendo— Puntualizó
Piñato para no darle más largas a la conversación.
—Quiero agregar además… —continuó
el individuo con un gesto más serio, observando como Piñato ya se ponía algo
incómodo— …que debe mantener una total discreción con los humanos, ellos no
deben enterarse, si quiera alarmarse, por su presencia en el planeta. Ningún
contacto de primer, segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto o séptimo tipo. No
les dé comida por favor, puede alterar su química. Ante todo mantenga un total
respeto por su existencia, aunque algo primitiva, es valiosa como todas en el
universo —Finalizando el discurso con la satisfacción de haberlo hecho, señaló con
su mano un pasillo a su derecha—. No siendo más, feliz estadía, puede continuar
con su viaje en esa dirección, dónde lo teletransportarán debidamente.
Sin cruzar más palabras, Piñato continuó por el pasillo, caminando
lentamente para poder visualizar los detalles del recinto, lo que lograba ver
por las ventanas. Solo divisó oficinas con pequeños seres trabajando en ellas. También
le dio tiempo de reflexionar lo sucedido y lo bien que lo había manejado, de
releer en su mente cada palabra que se dijo y guardar los detalles.
No tenía idea de cómo era el control de viajes, pues nunca había salido
de su planeta. No había tenido razón alguna para dejarlo, no, hasta ahora.
Entonces se encontró frente a la capsula de teletransportación, era
bastante diferente a las que conocía en su planeta.
La teletransportación en Gluton fue introducida por las abejas
glutonianas, una raza que descendía de las abejas terrícolas, tan evolucionadas
que habían optimizado sus métodos de recolección de polen para la creación de
miel en diferentes concentraciones y usos energéticos. En el caso de la
teletransportación, sintetizaban la miel violeta, un líquido con tal poder que
generaba curvaturas en el espacio y hacia posible los viajes en segundos, pero
los mecanismos utilizados, solo lograban que los viajes fueran posibles dentro
del planeta.
Para este caso, viajar desde la luna de Urano, hasta el planeta Tierra,
no sería posible para una capsula de su planeta, o conocida comercialmente como
Capsula Burbupura. La capsula en Puck consistía en un agujero muy pequeño en la
pared, con un par de discos, cada uno instalado en el piso y el techo
respectivamente. Piñato dudó en cómo usarla, a lo que el encargado de la
teletransportación, otro pequeño ser como los anteriores, se le adelantó,
indicándole que debía situarse exactamente encima del disco, que él haría el
resto. Así fue, Piñato movió sus pies de manera cuidadosa y se acomodó en el
módulo de teletransporte, al instante un haz de luz que provenía tanto de
arriba como de abajo, lo deslumbraron y no logró ver más de sí mismo. Un
pequeño remolino del agujero lo absorbió como una aspiradora.
Cuando logró ver algo de nuevo, parecía que no hubiera ido a ningún
sitio, pues la estación de viaje lucia idéntica como también el enano que
estaba a su lado, lo que no era impresionante pues todos esos pequeños seres le
resultaban iguales.
—Señor Dox, ha llegado a
la Tierra, ahora llamada Nova Terra; cuando salga del pasillo, se encontrará en
las cercanías de la ciudad de Bugstorm, lo ideal es que no se acerque a la
ciudad, procure mantenerse en las periferias de las ciudades, los humanos no
frecuentan estos sitios —Le explicaba de manera automática el enano a Piñato,
como si ya hubiera repetido ese discurso muchas veces. Piñato demoró en entender
que le hablaba a él, pues no se acostumbraba a su nombre falso —. Lo trajimos
lo más al norte que pudimos, así podrá abastecerse de energía electromagnética,
que según el informe, es su forma de nutrirse. Cuando este fuera, esta base
desaparecerá, pero no se preocupe estaremos en contacto — Terminó el pequeño
ser e instó a Piñato a continuar su camino, con una mirada apurada.
Piñato entonces siguió con marcha decidida por el pasillo hasta llegar a
las afueras, no pasó ni un segundo de posar su pie en la tierra, cuando detrás
de él la base de teletransporte desapareció.
Lo primero que hizo fue buscar un sitio para resguardarse. Notó que
algunas zonas del bosque tenían un manto blanco. Curioso de su procedencia, se
agachó para tocarlo. Aquel manto era muy suave y frio, lo que le pareció
refrescante, hasta que de pronto su mano se tornó azul celeste y se dio cuenta
que el manto estaba hecho de agua, pues ahora le ardía demasiado; retrocedió lo
que más pudo y evitó andar por la zonas cubiertas con este manto.
La forma en que un zukariano camina, resulta curiosa para los
desentendidos, pareciera estar elevado por lo menos dos centímetros del suelo,
y es que la evolución les ha otorgado la posibilidad de controlar la energía de
su cuerpo, especialmente en las extremidades. Aunque no tienen manos y pies
como los humanos, más bien palmas grandes y circulares, ausentes de dedos. En
sus palmas se concentra una gran cantidad de energía, que les permite sostener
cosas y asirse hábilmente, como si de unas manos invisibles se tratara.
Piñato caminaba elevado del suelo, pero no lo suficiente para evitar
rozar sus pies con la nieve, por lo que caminó solo en las zonas claras del
bosque. Seguía buscando un refugio, aunque no fue una tarea sencilla, al final
del día logró dar con una cabaña abandonada, lo que le ayudó también a
familiarizarse con el nuevo entorno. La combinación del verde de los árboles,
más el blanco de la nieve y el azul del cielo, lo hacían sentir seguro,
indistintamente si el agua le causaba alergia, era un ambiente tranquilizador y
para un buen camuflaje.
Ya dentro de la cabaña, un lugar totalmente vacío y frío, se sintió con
la confianza de tumbarse en el suelo, de mirar al techo y dormir, con los ojos
abiertos como lo suelen hacer los zukarianos.
En la siguiente mañana, se despertó con un hambre atroz. En el momento
que los zukarianos aprendieron a absorber la energía electromagnética de los
polos para suplir sus necesidades orgánicas de energía, su sistema digestivo
dejó de ser necesario, con el tiempo varios órganos involucrados dejaron de
existir en sus posteriores generaciones. Nuevos órganos fueron su remplazo,
órganos encargados de distribuir de manera adecuada la energía en el cuerpo y
de su regeneración celular. Así que lo más importante ahora era buscar una
fuente de energía, lo que no sería difícil pues cerca al polo norte, las
concentraciones de electromagnetismo son más frecuentes.
Antes de comenzar su caminata, colocó alrededor de sus pies algunas hojas
de árbol anchas, de manera que lo protegieran de la nieve, sostenidas por el
control energético de sus pies. Realmente desplazarse caminando era bastante
tedioso, pero era la mejor forma de no llamar la atención, además su nave junto
a sus herramientas, aún no habían sido enviadas, por lo que no tenía más
opciones.
Ya entrada la tarde, alcanzó una colina baja, en la que identificó una
fuente más que aceptable de energía electromagnética. Miró al cielo, dónde se
dibujaban las auroras boreales a lo lejos, alzó ambos brazos en su dirección
haciendo que las luces de colores verdosos empezaran a arremolinarse. Un
pequeño y delgado hilo de remolino luminoso empezó a descender desde el cielo hasta
las manos de Piñato. Este acto no solo lo recargaba de energía, lo conectaba
directamente con el universo, sentía absoluta paz y tranquilidad. Entraba en un
trance profundo, como si se sumergiera en el mismo centro del universo y todo
girara alrededor de él.
La recarga se hizo hasta las tres de la madrugada, una carga que le
duraría al menos unos 5 días terrestres, tiempo en el que esperaba que sus
provisiones y herramientas llegaran. No fue así, deambuló por aquellos parajes
blanquecinos, observando a las ardillas salir de vez en cuando entre las ramas
de los árboles, zorros blancos merodeando y acechando a pequeños conejos, el
aullido de los lobos en la noche, todo lleno de nuevas sensaciones para el
visitante zukariano, un paisaje que a cualquiera le hubiera resultado
melancólico, para él era una experiencia renovadora. Aunque disfrutaba su
estadía, sin sus provisiones no podría ir más lejos y estaba ansioso de que
llegaran, para continuar con su misión.
Pasadas dos semanas, no había rastro de ninguno de sus implementos, llegó
a pensar que lo habían engañado, que los habitantes de la luna Puck no eran más
que simples ladrones con una táctica muy bien armada; que le habían robado todo
y ahora estaba atorado en este planeta. Seguiría pensando lo mismo sino fuera
porque aquella mañana mientras veía la nieve caer por una de las ventanas de la
cabaña, ya que salir así sería un suicidio para su piel; un agujero apareció en
medio de la pared hecha de troncos y una entrada dejaba ver un pasillo que
reconoció del teletransporte de la luna Puck. Esto le indicó que por fin
llegarían sus provisiones. Para su sorpresa, nadie apareció, solo le fue
arrojada una caja con su máquina de caramelos moleculares y un cinturón. Así
como apareció la entrada, igual se fue, sin ningún enano gris indicándole
ninguna instrucción, sin saber en cuanto tiempo llegarían su nave y el resto de
cosas en ella.
Los caramelos moleculares no eran algo que hubiera usado con
anterioridad, sabía de sus bondades pero tenía que probarlos antes de usarlos.
Paso unos días experimentando con las posibilidades de hacerse invisible,
volar, cambiar de tamaño, telequinesis y la proyección astral. Además
descubrió, mientras molestaba a unas termitas, que la habilidad podía ser
transmitida al tocarlas, que incluso si se concentraba era posible cambiarlas
de forma molecular.
Se cansó de esperar luego de un mes que no llegaba su nave ni su equipo. Curioso
de cómo sería la ciudad humana de Bugstorm, se alistó, tomó su cinturón de
caramelos y guardó unos cuantos en los tubos que este disponía, los suficientes
para pasar desapercibido ante los ojos terrícolas. Dejó la máquina funcionando
para tener algunos caramelos para después y la caja de cartón cubriéndola en
caso de que hubiera ojos curiosos.
Se dirigió hacia el sur, siguiendo el camino principal. Absorbió el
Caramelo Número Cinco, acercándolo a su trompa. El dulce simplemente se internó
en su cuerpo como si atravesara un líquido, sin boca alguna para tragarlo, el
proceso era diferente, la imagen de tres pentágonos azules apareció en su
barriga, la misma forma característica del caramelo. Su cuerpo se volvió
invisible y así pudo caminar con mayor confianza para no ser detectado.
Luego de caminar por un buen rato, llegó frente a una gigantesca muralla.
Pensó en usar otro caramelo para sortearla, pero para su sorpresa había una
gran entrada abierta, que no ponía oposición alguna para ingresar o salir. Ya
dentro de la ciudad, el ambiente no era frío, más bien de una calidez
reconfortante, y si los animales del bosque habían llamado su atención, los
humanos eran bastante entretenidos de observar.
Caminó por distintas calles, callejones, parques y museos. Se escabulló
en los edificios, vio la gente trabajar, inmersos en cascos de realidad
virtual, algunos otros en pantallas holográficas, otro simplemente con
implantes en los ojos o conectados con un cable en su cerebro directamente a
una central de procesamiento. Vio toda clase de tecnología, alguna parecida a
la que usaban en su planeta, otras absurdas como mascaras de digitalización
facial que cambiaban el aspecto de las personas. Algunas tecnologías muy viejas
como smartphones o televisores LED, en los barrios más oprimidos. Visitó a toda
clase de personas: viejos, jóvenes, hembras, machos, felices y tristes, a veces
si la persona valía la pena, se quedaba todo el día siguiéndola desde la
seguridad de su cuerpo invisible. Cuando agotaba su suministro, volvía a la
cabaña por más caramelos, tanto que llegó solo a producir y usar los Número
Cinco, aunque de vez en cuando usaba los Número Uno para elevarse por la ciudad
y atravesarla más fácilmente.
Pasaban los días y Piñato se familiarizaba mucho más con los humanos. Los
consideraba tan fascinantes y peligrosos al mismo tiempo. Tan amigables en
ocasiones cuando veía a tiernas parejas compartir comida en una banca, o los
niños jugando en sus tablas movidas por una goma extraña; pero tan dañinos
cuando se rapaban sus objetos personales, cuando humillaban a otros con aires
de superioridad, o cuando se mataban entre ellos.
Necesitaba sus provisiones. La miel amarilla que mantenía su máquina de
caramelos andando, ya iba por menos de la mitad y no tenía manera de recargarla.
Su incursión en la ciudad y el gasto de los dulces lo estaban dejando al
límite. Sin su invisibilidad era muy arriesgado seguir yendo a Bugstorm, así
que decidió hacer un último viaje hacia la metrópolis humana, luego haría
caramelos suficientes para comenzar su misión. Ya no podía esperar más a que
llegaran las provisiones desde Puck.
Había un restaurante en particular que le llamaba la atención, El Andromedario Lunar, un lugar curioso atendido
por meseras vestidas de astronauta. Ese día siguió a una de esas meseras, una
mujer de cabello claro con parches color chocolate. Aunque no la investigó por
mucho tiempo, pues cuando llegó a su vecindario y la mujer entró a su casa, un
viejo vagabundo tomó a Piñato por el brazo.
—¡Creíste que podías
pasar desapercibido eh pequeñín! — Le decía el viejo a Piñato mientras lo
sostenía con fuerza y lo miraba directamente a sus ojos vacíos, seguido de una
gran carcajada que dejaba ver los pocos dientes que aún conservaba, una
carcajada que incluso atemorizó al zukariano sin sentimientos.
Comentarios
Publicar un comentario