PRIMERA LÍNEA TEMPORAL
Capítulo 5
Cerebro de Goma
¿Qué tan
firme es el piso?, de repente se vuelve quebradizo,
¿Qué tan
frágil es la convicción?, pareciera solo una adicción,
Sientes la
presión en tu frente, la realidad es solo un surreal recipiente.
No busques
más respuestas en el espejo, es más triste mirar aquel reflejo.
—¡Explícame exactamente que les pasó a esos tres! — Le replicó Danna a
Piñato inmediatamente después de ver cómo Perla, Equis y Zafiro se convirtieron
en un toque de polvo colorido en el recinto. Ni si quiera creía que hubiera una
explicación lógica para ello.
Había muchas clases de caramelos moleculares, ningún caramelo era
confiado a la población general de Gluton, era para uso exclusivo de las
fuerzas militares, fuerzas científicas y fuerzas religiosas. Cinco de ellos
eran los más comunes y de bajo rango:
El Caramelo Número Uno permitía controlar la gravedad externa hasta el
punto de volar por los aires, lucía como un rayo de colores azul y amarillo
arremolinados.
El Caramelo Número Dos era un opuesto al Número Uno, permitía controlar
la gravedad interna, lo que prácticamente se traducía a controlar el movimiento
de objetos a distancia.
El Caramelo Número Tres producía una proyección mental de sí mismo, muy
utilizado para comunicarse a distancia.
El Caramelo Número Cuatro controlaba la distancia entre moléculas, puede
entenderse como aumentar o reducir el tamaño del cuerpo a voluntad.
El Caramelo Número Cinco y el que Piñato más conocía, le daba total transparencia
a los cuerpos, volviéndolos casi indetectables a ojos poco educados.
Estos caramelos fueron un gran avance en la civilización zukariana, les
permitió explorar otros mundos de manera más segura para su raza. Aunque no se
podía abusar de su uso, solo era permitido absorber dos caramelos a la vez,
para evitar una descompensación molecular. Piñato le explicó de esta manera a
Danna de lo que se trataban los caramelos.
—Francamente no sabía
cuál sería el efecto en los humanos, pensé en usarlos para escapar de ellos y
liberarla a usted. Las acciones que ellos decidieron tomar al tragarlos, se
escapan de mi intervención —Le explicaba solemnemente Piñato a la confundida
muchacha.
—Aunque no lo hicieras a
propósito, no evitaste que pasara, ¿Cómo crees que puedo confiar el destino de
mi hija en ti? — Danna buscaba la salida de aquella cabaña mientras se ofuscaba
en su pensamiento, cegada por la fantasía y la incredulidad, por la
incertidumbre de lo que era su vida.
—La salvé— replicó
Piñato, casi con tono retador, pero conservando rápidamente su compostura —. No
se lamente por la suerte de los que dejaron esta dimensión, enfóquese en la
posibilidad de encontrar a su hija.
Aunque las palabras de Piñato no podían ser más ciertas, Danna no sabía
que pensar de él, de sus intenciones, si su figura infantil era de confianza.
—Iré a una colina
cercana, estoy débil, necesito energía electromagnética, si quiere puede
quedarse aquí, vuelvo en un par de horas y hablaremos de cómo seguir el plan —Piñato
asumió que la mujer ya lo había superado debido a su silencio.
Danna no aguantó más de cinco minutos sola en esa cabaña, así que lo
siguió. Rastrear unas huellas de patas redondas en la nieve, no era muy
difícil. Cuando lo alcanzó, lo vio a lo lejos en un claro de colina, bañado por
tonos verdosos que provenían directamente del cielo, le pareció lo más hermoso
que había visto en su vida. Absorta viendo el espectáculo, como cuando un niño
ve una vela con su llama ondulante, distraída por completo, no se percató de la
llegada de una camioneta de un color morado profundo y casi imperceptible,
hasta que no pudo evitar escuchar el sonido del motor prendido detrás de ella.
Las luces de la camioneta en medio de la noche, no la dejaban ver con
claridad la figura de un hombre esbelto, de uniforme al parecer militar, que se
acercaba lentamente hacia ella.
—¿Sabe que es peligroso
andar a las afueras de la ciudad? ¿Qué piensa que está haciendo? — Preguntó el hombre, con tono autoritario.
—Yo, estoy buscando a mi
hija— Danna no sabía cómo continuar la explicación sin sonar como una lunática.
—¿Puede ver lo que pasa allí? — Le señalo la mujer al recién llegado, cruzando
el brazo derecho hacia sus espaldas.
—No, no veo que pasa
allí— Declaró el hombre sin darle mucha importancia a la pregunta.
Danna se dio la vuelta de nuevo y Piñato ya no estaba, ni siquiera un
rastro del brillo de luz que lo rodeaba. Un frío intenso recorrió todo su
cuerpo, no solo el frío de aquel paraje, sino también el frío de su mente en
shock.
—Tiene que acompañarme a
la cabaña, entenderá de lo que le hablo si lo ve— Danna guardaba la esperanza
de que Piñato hubiera vuelto por otro camino, ¿Cómo podía desaparecer en un
parpadeo?
Danna estaba nerviosa, el hombre la invitó a subirse al auto para llegar
más rápido. El crujir del motor y el movimiento de la gelatina magnética
pasando por el camino de nieve no la hacían tranquilizarse. Cuando llegaron, se
bajó sin previo aviso y abrió la puerta de madera de un portazo. La pequeña
cabaña estaba vacía, solo una caja de cartón la adornaba. Inmediatamente
alcanzó la caja, la volteó, la revisó por dentro, le dio más de una vuelta y la
arrojó al piso frustrada.
—¿Qué esperaba
encontrar? — preguntó seriamente el hombre — ¿Reportó la desaparición de su
hija a la policía? — siguió el hombre, recordando lo que Danna le había
mencionado.
—¿Acaso no tiene más que
preguntas para mí? ¡Qué tal algunas respuestas para variar! — Le gritó la mujer
desesperada, sin entender que pasaba con su mente o con su realidad, o si
quedaba algo de mente o realidad a la cuál aferrarse.
—Acompáñeme a la ciudad,
lo mejor es que presente su caso en la comisaría, ha tenido mucha suerte de no
morir en el bosque — finalizó el hombre, sin juzgar a la mujer ni a la condición
en la que se encontraba de total desesperación.
La cabeza de la muchacha estuvo contra el vidrio de la camioneta todo el
trayecto, sentía que su cabeza iba a estallar, pero el frío de la ventana la
calmaba un poco, por lo menos físicamente.
El agente Graveyard, el hombre que la recogió, acompañó a Danna hasta la
oficina de declaraciones, para que hiciera su respectiva denuncia.
—Muchas gracias agente
Graviar — dijo el hombre encargado de aquella oficina, con un tono de voz suave
y que transmitía calidez —, perdón, Graveyard quiero decir, puede retirarse.
Graveyard, dejó a Danna en la oficina. El hombre sentado, muy bien
presentado, usaba un saco de lana y bebía un té caliente. Su oficina estaba
decorada con figuras en miniatura de dioses antiguos y nuevos, algunos de esos
dioses, en viejos escritos, eran considerados superhéroes.
—Señorita Danna, puede
sentarse, debe estar muy conmocionada por su pequeña excursión a las afueras —
Instó el hombre con tono comprensivo—. Soy el comisario Blanker, pero puede
decirme por mi nombre de pila si lo prefiere, Augusto.
Danna se sentó temblorosa aún por lo sucedido, estaba absorta en sus
pensamientos y apenas entendía lo que Blanker le decía. Éste le pasó una taza
de té a la joven, y ella no dudó en dar sus primeros sorbos, para sentirse algo
relajada si era posible.
—Veo que le agrada el
té, es la mejor bebida para olvidar las penas, algo que aprendí de mi esposa — Dirigió
la mirada a una foto, en un marco anticuado, que conservaba colgada en la pared
de la derecha —. Si está lista, puede proceder a contarme qué ha pasado.
La confundida terrícola, contó cada detalle de la desaparición de su
hija, de la existencia de Piñato y del porqué de su caminata por el bosque.
Augusto tomó gustosamente su té, mientras escuchaba la fascinante historia.
—¿Quiere más té? — Le
preguntó el hombre a la joven de manera muy amable, luego de que ésta terminara
de contar su relato.
—Gracias, si me
agradaría otra taza— respondió Danna mientras estiraba sus frágiles y temblorosas
manos, que sostenían el recipiente.
—¿Ve estos dioses que
adoramos? — Preguntó de manera capciosa el comisario, mientras servía la taza
de té —. Algunas teorías sugieren que fueron seres venidos de otros mundos, o
que fueron inventos de civilizaciones pasadas solo para entretenimiento. La
razón por la que conservo estas figuras, es por la fascinante mitología
alrededor de ellas. Podría incluso colocar al fabuloso Piñato en medio de ellas
y no desentonaría para nada — A Danna ya no le agradaba el nuevo tono que
adquiría Blanker, que aunque seguía pareciendo amable, ahora tenía aires de
soberbia y burla —. No dudo que tiene usted una excelente imaginación o una grave
enfermedad mental, pero lo que menos quiero es hacerla sentir mal o culpable.
¿Dónde está su hija?
—No lo sé, es lo que
acabo de explicarle, quisiera saber que sucede, pero no entiendo nada igual que
usted — Decía Danna, tratando de contener el llanto.
— Hasta que no
averigüemos que sucede no la puedo dejar ir, lo siento. ¿Quiere más té? Es lo
único que puedo ofrecerle por ahora — Finalizó el comisario mientras hacia una
llamada para que se llevaran a la desdichada muchacha.
Ya era de madrugada cuando fue encerrada en una celda de la comisaría,
apenas veía el cielo por la pequeña ventana con barrotes eléctricos, ese
pedacito de cielo estrellado que la hacía pensar ¿Por qué estaba aquí y no allá?,
y si su hija podía ver ese mismo trozo de cielo.
Pasaron los días, investigaron los pasos de la joven, la anciana
desmayada en el hostal, las cámaras de los muros, y nada parecía indicar que la
historia fuera cierta, lo que era peor, nada indicaba el paradero del bebé.
Danna fue declarada esquizofrénica, sus padres asistieron al juicio bastante
desconcertados por ver en lo que su hija se había convertido, por enterarse de
que tenían una nieta y que no se sabía su paradero. La madre de la mujer lloró
desconsolada.
La celda del manicomio era bastante cómoda, recubierta de una goma
especial color turquesa, podía dormir en cualquier posición sobre el suelo sin
temor a sentir frío o aspereza. La comida era más que aceptable, todas las
necesidades estaban cubiertas. Incluso a veces podía ver televisión. Su
historia apareció en todas las noticias, la tomaban como ejemplo del peligro
que era estar a las afueras de la ciudad, de las consecuencias tan grandes que
ello acarreaba.
Lo malo, lo malo era la droga, la droga que la enmudecía, que la privaba
de toda racionalidad y cada vez le arrebataba fragmentos de recuerdos de aquel
día, como si nada de eso hubiera sucedido. Pero tampoco había recuerdos
diferentes que rellenaran ese vacío.
La monotonía del manicomio la mantenía de cierta manera tranquila, no
hablaba con sus compañeros, porque cada uno era un mundo aparte, estaba segura
que si contaba su historia en ese recinto, la mayoría le creería, no por
convicción claro, solo por resignación.
El coctel de pastillas se servía cada tarde después del almuerzo, este
día no era la excepción, como no lo había sido estos nueve meses, aunque al
principio trató de ocultarlas, el escaneo vital que le hacían a su cuerpo
constantemente mientras habitaba su celda la delataba diariamente y le
obligaban a consumirlas. Se cansó de intentarlo, así que ahora hacía la fila
juiciosamente sin ningún reclamo. Aunque este día no era diferente, si sucedió
algo que llamó su atención, no solo eso, la descontroló de inmediato. El vaso
en el que normalmente le administraban las pastillas, y del que no se percató
hasta llegar al comedor general por mera costumbre, estaba lleno de caramelos
moleculares.
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