PRIMERA LÍNEA TEMPORAL


Capítulo 2


Danna Doom

 

Es cuestión del destino, caer en los abismos,

O hay seres allá afuera, que como títeres nos manejan,

Quisiera que el rock y sus ondas, se esparcieran como esporas,

Invadiera la mente de mis padres, los transportara a un largo viaje,

Dejaran de juzgarme, y por fin pudieran aceptarme.




 

Es común que los adolescentes no se sientan comprendidos, Danna no era la excepción, ésta joven de 16 años de cabello claro, tinturado con parches de color chocolate, comúnmente vestía oscuro, con botas y faldas largas, camisetas estampadas con sus bandas favoritas como lo era Los Mocosos Escandalosos. Su gran sueño era ser cantante de rock, dejar todo atrás y viajar siempre en una vieja van. Cada noche se asomaba por su ventana, contemplaba el cielo y se preguntaba ¿Por qué estaba aquí y no allá?, ¿Por qué de todos los planetas estaba en el más aburrido?

— ¡Danna, la comida esta lista!, no me hagas repetirlo — gritó la mamá de Danna desde el primer piso.

            — Si mamá ya voy — contesto con tono aburrido, mientras se paraba de la cama perezosamente.

Las comidas en la casa siempre eran bastante silenciosas, el papá de Danna casi no hablaba con ella debido a sus cambios drásticos juveniles. Para él la mejor decisión hubiera sido que ella siguiera el camino de la música clásica, aprender a tocar el violín y el piano, vestirse de tonos pastel y recitar poesías en un columpio colgado al árbol del jardín. Pues ella nunca quiso eso, desde pequeña siempre se interesó por el rock y tocar la guitarra eléctrica. Si su mamá no hubiera intervenido de seguro no lo hubiera logrado. Aunque la mamá no estaba muy de acuerdo, la apoyaba cualquiera que fuera su camino.

Danna terminó sus estudios de secundaria, con medallas de natación a cuestas y enamorada del vocalista de su banda de rock preferida Los Mocosos Escandalosos, y él de ella. Por suerte era una banda local sin mucho reconocimiento, podía verlo de vez en cuando en la cafetería Frenesí, ubicada en el centro de la ciudad, el mismo sitio en el que se conocieron.

Cuando tocaron en la fiesta de graduación de secundaría, se fugaron para seguir su sueño, su padre le advirtió que si se iba no volviera ni por equivocación, y así lo hizo.

Tenía ya 19 años cuando quedó embarazada, su gran amor le abandonó, pues tener hijos no era su plan, el grupo había cosechado una gran fama en el país, debía seguir su gira de conciertos y no permitiría que ese percance lo detuviera.

Danna quedó sola y desconsolada la noche que se separaron. Durmió en la banca de un parque mirando fijamente el cielo y preguntándose ¿Por qué estaba aquí y no allá?, ¿Por qué de todos los planetas estaba en el más triste?

Lo primero que pensó fue en darlo en adopción, luego se preguntó si sería prudente volver a la casa de sus padres, pero era muy testaruda y cobarde para hacerlo. Así que vagó durante unos días por las calles pidiendo limosna.

Uno de esos días en que la lluvia quiere vengarse de la humanidad, Danna estaba bajo el abrigo de un plástico que había logrado quitarle a otro vagabundo, sentada enfrente de un museo de arqueología. Sin advertirlo una mujer se acercó a ella y le dijo que si quería un café, la mujer iba vestida bastante formal de un gris azulado, llevaba una sombrilla negra con terminación en u en el mango de caoba y un sombrero de ala larga que tapaba parte de su rostro.

Ambas se sentaron en la cafetería más cercana, la extraña mujer se quitó el sombrero, mientras Danna se quitaba su gorro de lana; ambas se miraron fijamente y se reconocieron al instante, la mujer había sido una profesora del colegio dónde Danna estudió, se llamaba Annie Ruster, enseñaba historia.

            — Pero muchacha ¿Por qué acabaste en esta situación? — preguntó Annie en un tono comprensivo.

—Es una historia que no quisiera recordar, pero hace mucho no hablo con alguien que me resulte familiar así que hare una excepción — le contestó Danna tratando de sonar elocuente.

Cuando terminó de recitarle los acontecimientos, Annie no dudo en decirle que podía ayudarla y que aún era muy pronto para rendirse de esa manera, ella entendía perfectamente lo que era huir de casa y no dejaría que sus padres tuvieran la satisfacción de echárselo en cara.

Ambas se fueron bajo el cobijo de la lluvia, que si antes parecía vengativa, ahora era como una caricia para el alma de Danna.

Annie la llevó a su casa, le dejó darse un baño y preparó galletas; hace mucho no tenía una visita y menos un huésped; era una mujer muy solitaria que disfrutaba más de la compañía de los libros y de su gato Anubis, un gato de color dorado que particularmente tenía una mancha negra en espiral que se asomaba en su costado izquierdo.

Pasaron los días en aquel vecindario de techos blancos, y la relación de ambas se fue fortaleciendo. Danna logró conseguir un trabajo de mesera en un restaurante llamado El Andromedario Lunar, dónde debía ir vestida de astronauta, además no le pusieron problema por su condición de embarazada.

Pasaron los meses y su barriga se hizo notar, pero mientras ella estaba a punto de traer a la vida un nuevo ser, Annie caía bajo la enfermedad, a causa de un cáncer de páncreas que no detectaron a tiempo. Cuando nació el bebé, Danna decidió llamarla Annie, alcanzó a mostrársela a su profesora antes de que esta falleciera en uno de los cuartos del mismo hospital. Antes de morir logró balbucear unas cuantas palabras:

            —Danna, en este corto tiempo, fuiste mi familia, casi una hija, mi felicidad, cuida a Anubis, te dejo todo lo que me perteneció, lucha por ella — recitó Annie forzosa y pausadamente como un radio antiguo, mirando con ilusión primero a Danna y luego a la recién nacida. Al igual que un radio, su señal se fue debilitando, dejando escapar las últimas ondas a algún sitio fuera de este mundo.

La batalla entre la tristeza y la felicidad la acompañó por un largo periodo de tiempo, la profesora había sido un gran apoyo, se sentiría muy sola; pero estaba su hermosa bebé, que la impulsaba a seguir adelante.

Casi todas las noches salía al patio, mientras mecía en sus brazos a la pequeña Annie, envuelta entre pequeñas cobijas de algodón purpura. Miraba al cielo, ese cielo estrellado que siempre había añorado, parecía que las estrellas se quedaban guardadas en sus ojos, debido al reflejo. Pero ahora ya no la asaltaba la constante duda, ¿Por qué estaba aquí y no allá?, giraba sus ojos para encontrarse con los de su pequeña hija, ya no había razón alguna para escapar.

Transcurrieron dos años, luchando por mantener su trabajo y cuidar a su hija adecuadamente, muchas veces debía llevarla al trabajo si alguna de sus compañeras no podía cuidarla. Mantener una casa como la que le había heredado la profesora, no era fácil, tenía algunas cuentas atrasadas y la limpieza era toda una epopeya.

Aun con todo, Annie crecía vigorosa, aprendía bastante rápido a hablar y su curiosidad era inagotable. Cuando estaba en el restaurante, la pequeña le prestaba atención a las conversaciones de los viejos que tomaban café, como si fuera a descubrir algún secreto asombroso. La apodaban la pequeña viejita, la adornaban con sombreros y bufandas, parecía agradarle, pues siempre esbozaba una sonrisa que dejaba asomar uno de sus dientes más prominentes.

Algunos hombres coqueteaban con Danna, pero ella nunca les prestó atención. No tenía cabeza para nada más que su bebé. Además su confianza en los hombres era tan quebradiza, que prefería evitar líos. Solo tenía que recordar a aquel rockstar que la abandonó, por cierto aparecía de vez en cuando en la televisión promocionando algún nuevo sencillo o álbum, haciendo que fuera imposible no verlo.

Danna llegaba a casa a altas horas de la noche, debía preparar todo para el siguiente día en caso de estar programada, pero esta vez podía relajarse un poco, mañana era día libre. Jugueteó un rato con Annie, mientras escuchaban algo de jazz y blues, colocó una película sobre guerras espaciales, terminó de darle una papilla de manzana al bebé y ésta cayó profunda. La cargó hasta su cuarto, para acomodarla suavemente en su cuna, finalizando con un dulce beso en su pequeña frente.

Se fue también a su propia cama, aunque a veces dormían juntas, le gustaba darle algo de independencia a su hija. Sucedió esa noche, en el año 910 de la segunda era, que la mujer se encontraba ensimismada en sus pensamientos, tumbada en la cama, sin poder dormir. Pensando que era hora de visitar a sus padres, ya había pasado tanto tiempo que los rencores debían estar disipados. En la soledad no podía evitar recordar su niñez y lo mal que se había comportado con ellos. Su locura de adolescencia y lo mucho que la estarían extrañando.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ruido que provenía del cuarto contiguo, el cuarto de su hija. Se levantó de inmediato, cruzó el pasillo afanosamente, cuando abrió la puerta, sus ojos no daban crédito a lo que sucedía. Contempló un ser totalmente extraño y notó la ausencia de su bebé…

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