PRIMERA LÍNEA TEMPORAL


Capítulo 3


La Cabaña de Caramelos


Parecía una trampa piadosa, con espinas frondosas,

Era el culminar de un camino, que había nacido sin un destino,

Ya había probado su sabor, el hierro salado atestiguaba su dolor,

Su cara masajeaba, mientras se retorcía desesperada,

Imploraba la muerte, en medio de dulce olor fuerte.




Danna solo caminaba unas cuadras para llegar a su trabajo en el restaurante El Andromedario Lunar. Nunca había necesitado algún tipo de transporte, por lo que nunca había aprendido a conducir alguno.

Existían unos vehículos de estructura metálica tan antiguos, como la Nova Terra misma, descubiertos en ciudades en ruinas. Se les denominaba Birueda, todo un misterio del pasado, que había logrado trascender a la nueva era. Estos vehículos eran muy prácticos, sin necesidad de alguna fuente de energía más que el movimiento de las piernas, lograban transportarte a una velocidad aceptable. Lastimosamente conseguir uno, era casi un lujo, como algunas de las tecnologías antiguas, los vehículos habían sido resguardados y reproducidos solo para la élite de la sociedad.

Por otro lado, aunque no fueran limitados, los automóviles personales eran otro tipo de lujo, sus altos costos no permitían a la gente del común comprar alguno. Había de toda clase, para un pasajero, biplaza y de cuatro plazas; a diferencia del transporte en la anterior era, las ruedas ya no eran necesarias, en su lugar, un líquido magnético adherido a la base, sometido a distintas presiones y fuerzas, permitía el movimiento de todo el artefacto, como si fuera una gelatina con vida propia.

Con la misma tecnología, se movía el transporte público, metros enormes que recorrían increíbles velocidades por todos los continentes. No había ningún tipo de frontera entre países, por lo que moverse por el mundo era relativamente fácil. Lo relativo estaba en las zonas que podías recorrer. Estos metros solo iban entre ciudades pero las zonas rurales eran todo un misterio para la mayoría de los habitantes, a excepción de algunas zonas turísticas y parques naturales.

Cada ciudad estaba franqueada por enormes muros, pero no se te prohibía salir de allí, podías salir bajo tu propio riesgo. Constantemente se reportaban en las noticias, muertes de exploradores a las afueras, por animales salvajes o todo tipo de accidentes con maquinaría o desechos de la primera era.

—Mire, este es el punto al que debemos dirigirnos— Le señalaba Piñato a Danna el lugar dónde se ubicaba su resguardo, en un viejo mapa digital, que se pixelaba por momentos. La zona señalada estaba a las afueras, en la parte norte, dónde el frío era desgarrador.

Luego de que Piñato y Danna salieron de casa, se habían dirigido a la frontera de la ciudad. Un viaje de media hora en autobús, diez minutos en metro y una caminata de cuarenta minutos los dejaba justo en frente de magnas puertas para adentrarse en el bosque adyacente. Danna simplemente se detuvo, dio medio vuelta y pensó en la estupidez que estaba cometiendo. Ignoró la petición de Piñato de seguir adelante, aunque este le advertía que de otro modo no podrían encontrar a su hija.

Se dirigieron a un hostal cercano, algo polvoriento y mohoso, esa zona de la ciudad no era la más cuidada ni tampoco la más habitada. Cuando alcanzaron la recepción, una señora ya de edad, con los parpados tan caídos que no se podía distinguir si estaba mirando o estaba durmiendo, los atendió.

— Señora… — Danna se detuvo a leer el nombre en la blusa de la anciana — …¿Matías?

— Oh no, estimada joven, esta blusa era de mi esposo, el pobre siempre andaba creyendo que a las afueras iba encontrar algo que nos sacara de la pobreza — Dijo la anciana con soslayo a baja voz—. Mi nombre es Merildasusinta, pero puede decirme solo Meri — Terminó la anciana con una sonrisa arrugada.

— Bueno, Meri, vera, desde anoche tengo ciertas alucinaciones — la joven trataba de ordenar las ideas en su cabeza —. Perdí a mi hija, vi un monstruo y un muñeco me persigue diciéndome que tiene una especie de misión cósmica o algo así — Parecía que entraba en una etapa de reflexión de su demencia —. Llegué aquí siguiendo aquella voz, pensando que regresaría mi lucidez. Ahora solo necesito escuchar que no estoy loca — Danna estaba deprimida, aunque su tono quería parecer calmado, tenía unas ganas enormes de llorar y eso fue lo siguiente que hizo, un cambio abrupto para la anciana.

— Pobre niña — Dijo la octogenaria mujer con voz cálida, mientras le tomaba una mano a Danna, desde detrás del mostrador de cachivaches—. No sé si estás loca, lo mejor que puedo hacer, es ofrecerte una habitación por esta noche, para que aclares tus pensamientos, al fin y al cabo no tengo muchas visitas — Le seguía dedicando una amplia sonrisa con cada palabra que pronunciaba.

— Muchas gracias por su comprensión y hospitalidad — Decía entre sollozos la confundida muchacha —. Solo déjeme hacerle una pregunta, ¿Verdad que no hay un muñeco con forma de caballo a mi lado? — Señaló con su dedo índice hacia su derecha, sin mirar, temerosa de que su locura aun continuara.

— Oh querida, aun si estuviera, no lo vería, mis cataratas son tan terribles que apenas puedo verte entre una neblina blancuzca. — Le dijo la anciana con tono pesaroso — Mejor descansa un rato, limpia tu mente — Terminó la anciana mientras le entregaba las llaves de la habitación.

Danna giró la cabeza lentamente hacia su costado, para su sorpresa Piñato no estaba, en realidad todo esto había sido solo una mala jugada de su cerebro, ya no tenía de que preocuparse. No, un momento, si tenía de que preocuparse, su hija aún estaba desaparecida, pero tomaría el consejo de la anciana y descansaría por un buen rato, solo así recordaría que había pasado con la pequeña Annie.

Subió unas ruidosas escaleras de madera chapada en forma de caracol, que llevaban al segundo piso, cruzó un corto pasillo y alcanzó la habitación con una luna creciente pintada en su puerta, tal como lo indicaba la llave. Danna se tumbó en la cama y miró el ventilador sobre su cabeza, así se sentía ella, dando vueltas sobre sí misma, mareándose hasta caer inconsciente en las profundidades de su mente.

—No sé qué decir — Se dirigía Piñato a la desahuciada mujer —. Parecía que ya lo había asimilado, pero ahora toma esta actitud tan poco evolucionada. Solo hace que pierda mí tiempo y de paso hace perder el tiempo de su hija. Con cada hora que pasa, tenemos menos posibilidades de arreglarla.

— ¡¿QUÉ?! — Gritó la mujer de forma seca, sin dar crédito a lo que estaba escuchando — ¡Creí que ya te había logrado desaparecer! — Arrastraba con furia y frustración cada silaba — ¡¿Cómo es que no te vi en el recibidor?!

— Estuve detrás suyo todo este tiempo — Mantenía el tono firme y sereno de siempre —, pero no sé en qué estaba pensando al exponer a la humana anciana, contándole de mi existencia, por suerte no puede ver muy bien, de haberme visto le hubiera dado un infarto, qué poco tacto tiene para ser una terrícola — Terminó Piñato en forma de reproche.

— Lo que menos necesito ahora es sentirme culpable por otra cosa — Exclamó la mujer hundida entre sollozos —. En serio solo quiero dormir, no pensar en nada más.

La verdad lo merecía, aceptar una realidad distinta no era fácil para los humanos, ella realmente lo estaba llevando bastante bien, y aunque Piñato no comprendía del todo la forma de actuar de los humanos decidió darle un tiempo de descanso a la mujer.

Danna se sumergió en un sueño profundo, dónde paseaba con su hija por una calle, no una calle conocida, más bien parecía de alguna película, con un piso adornado de ladrillos amarillos y espantapájaros que se asomaban por ambos lados de la acera. Entonces en el cielo apareció una sonrisa sin cuerpo que le decía: - Pero mira lo que he encontrado. Una hermosa muchacha, seguro la pasaremos muy bien con ella esta noche.

Su sueño se convirtió en pesadilla, cuando despertó de repente un hombre alto y desgarbado, la tomaba de los brazos arrastrándola para sacarla de la habitación.

—¿¡QUÉ LE PASA!?, ¡SUELTEME INMEDIATAMENTE! — Gritó Danna desgarrándose la voz, pero el hombre ni caso le hizo, solo siguió forzándola ya afuera en el pasillo.

Danna trataba de escapar pero no tenía las suficientes fuerzas para hacerlo, durante todo el día no había comido nada y estaba más débil que de costumbre.

—Miren la sorpresa que me encontré arriba— Sonreía el hombre alargado, dirigiéndose a otro hombre más bajo que él, pero igual de flaco, y a una mujer con el cabello achilado desnutrida como ellos. Mientras Danna seguía forzando su escape, sin logro alguno.

—¿En serio quieres cargar con ese lastre? — Contesto la mujer con cierto tono celoso, mirando con desprecio a Danna —. Has lo que quieras pero no voy a cuidarla por ti.

—Esta vieja no tenía nada de valor, no sé por qué nos molestamos en entrar aquí— Les decía el hombre de baja estatura, con tono amargado. A la vez que señalaba a una inconsciente anciana que se asomaba por el mostrador del hostal.

—Bueno que importa, necesitábamos distraernos un rato y seguro podremos distraernos un rato más— le acariciaba la mejilla a Danna, mientras ella hacía gestos de repudio.

En este punto Danna comenzaba a perder las esperanzas de volver a la normalidad, toda una lluvia de porquería le estaba cayendo encima y seguía atada sin poder detenerla. El único propósito en su vida parecía ser el de recibir la basura del mundo.

—Oigan ustedes tres— Piñato acababa de bajar las escaleras, tan tranquilo como siempre, como si no supiera la gravedad de la situación —, suelten a la mujer, ella no necesita más problemas.

—Pero ¿qué es esto? — Preguntaba el hombre alto, que aun forcejeaba con Danna para mantenerla a su lado. No lo preguntaba con miedo alguno, lo preguntaba con cierta curiosidad insana, con la sorpresa que cualquiera se llevaría pero con una sonrisa de burla en su rostro — ¿Acaso ven eso ustedes también? Es un muñeco hablando y moviéndose, como ese clásico infantil. ¡En serio esas pastillas estaban muy fuertes! — Proclamaba con una enorme sonrisa al finalizar la frase.

Esperen un momento, así que estos tres delincuentes también veían a Piñato, eso tranquilizó a Danna, aun con lo que estaba pasando, ahora estaba segura de que no era una alucinación, como también estaba segura que fue una estupidez entrar a ese hostal. En cuestión de segundos pensó que Piñato no estaba actuando de una forma racional, era un muñeco de mediana estatura, contra tres dementes drogadictos. Lo más racional hubiera sido esperar, seguirlos, tener un plan para rescatarla, no delatarse de esta manera.

—Para nada la vamos a soltar, es lo medianamente aceptable que pudimos tomar de este sitio- Respondió el hombre bajo y amargado —Lárgate remedo de conciencia, he escuchado muchas voces en mi cabeza, siempre diciéndome lo que es correcto y lo que no, no necesito más de eso.

— Cállate amargado insensible— Dijo la mujer de cabello revoltoso y negro—. Yo podría conservarlo, nunca tuve un juguete así cuando era niña — la mirada de la mujer se tornó delicada y tierna, mientras observaba con detalle al zukariano.

            —Entiendo sus adicciones y se cómo calmarlas— Se dirigió Piñato a los tres patanes, como si ninguno de ellos hubiera dicho palabra alguna, manteniendo siempre su actitud calmada y neutra—. Conozco un lugar dónde hay ciertos caramelos, producen viajes que jamás en sus vidas imaginarían, podrán tomar cuantos quieran, solo prometan que soltaran a la muchacha después de eso.

            —Sabes de lo que hablas ¡eh! muñeco simplón— El grandulón seguía emocionado con todo esto. — ¡Tenemos que hacerlo!, tenemos que seguir a este morraco.

 

Perla, Zafiro y Equis, sus nombres tomados de viejas reliquias humanas, nacieron en los barrios bajos de la ciudad de Bugstorm, la misma ciudad de la que estaban saliendo en este mismo instante, sobrepasando no solo los gigantescos muros físicos sino también sus muros mentales; siguiendo la promesa de un muñeco parlanchín, sobre viajes imposibles de imaginar.

Su líder, Equis, alto y delgado, por lo general tomaba las decisiones, siempre había protegido a sus dos amigos desde su infancia y cada paso que daba, era junto a ellos. No había tenido una vida fácil, nunca es fácil en los barrios bajos, cerca de los muros.

La mujer, Perla, era bastante ruda pero tan tierna como su feminidad se lo permitía. Si seguía a Equis, no era por sus decisiones acertadas, más bien por el amor que le tenía en secreto, algo que jamás admitiría, pues el amor no está permitido en los barrios bajos, nunca cerca de los muros.

Zafiro, era el más calculador de sus dos compañeros, siempre andaba algo amargado, su baja estatura no lo hacía menos peligroso, aunque todo esto le parecía un error, nunca dejaría a sus amigos atrás, al fin y al cabo la lealtad es lo mejor que se puede ganar en los barrios bajos, la lealtad que ahora lo obligaba a cruzar esos muros.

Equis había soltado a Danna, de todas formas no tenía escapatoria, si intentaba huir, la atraparía en cuestión de segundos, con sus largas piernas no era muy difícil lograrlo. Danna iba delante de ellos, para ser vigilada, y detrás de Piñato, quién dirigía la marcha.

Ya se habían alejado un buen tramo de los muros, a las afueras de la ciudad, algo que nadie se atrevería a hacer en otra situación, las historias sobre gente muriendo cuando lo intentaba eran tantas, que los ciudadanos sentían un miedo enorme a los peligros fuera de la ciudad. La puertas permanecían abiertas, pero las mentes no. En este caso teníamos a tres delincuentes totalmente extasiados, se tomaban esto como una gran aventura nocturna, con leves recuerdos de lo peligroso que era.

Conforme se adentraban más en el bosque, Danna acumulaba más interrogantes en su cabeza. ¿Qué pensaba Piñato entregándoles sus dulces mágicos a estos maleantes? ¿Por qué adentrarse en el bosque fuera de la ciudad parecía no preocuparle? ¿Ya conocía bien el sitio y tenía alguna trampa instalada? La guarida de la que hablaba su amigo cósmico, ¿Era más que una simple guarida?

Dejo de pensar en esas cosas, luego de escuchar a Piñato decir que ya habían llegado. Danna miraba a su alrededor tratando de buscar la trampa, de buscar algo especial en ese sitio, pero lo único que había era una pequeña cabaña hecha de troncos, nada extraño, las cabañas abandonadas de los militares o de gente que intentaba vivir a las afueras, nada fuera de lo común, pero al parecer eso era lo especial, pues el zukariano ofrecía que entraran. Luego de alcanzar el pestillo de la puerta con algo de dificultad. Continuaron caminado el pequeño tramo. Cuando entraron a la cabaña, seguía sin ser especial, la madera estaba ajada y roída, seguro por alguna plaga que aun habitaba ahí. No había ningún mueble, solo una caja de cartón en una esquina, boca abajo.

            —Debajo de esa caja está lo que buscan, pueden llevárselo y dejarnos ir— Les indicó Piñato a los tres, señalando con su extremidad la esquina dónde se encontraba la caja.

            —¿Crees que somos tontos?, destapa tú la caja, seguiré de cerca tus movimientos— Le replicó Zafiro, que desconfiaba aun de sus propias alucinaciones.

El muñeco andante, prefirió no discutir al respecto, así que no tuvo problema en levantar la caja, debajo había un extraño artilugio, una especie de molino que funcionaba a toda marcha, con cinco rampas de las que salían ocasionalmente cinco diferentes tipos de dulces respectivamente.

Los tres maleantes quedaron asombrados, claramente su dopado cerebro aumentaba más su asombro. La primera en acercarse a la máquina fue Perla, quién sin dudarlo se metió uno de los dulces a la boca. Danna aunque también asombrada por el aparato, seguía confundida con la situación, aun esperaba que alguna trampa se activara.

            —¡INCREIBLE! — gritó Perla emocionada. Luego de comerse el caramelo, ya no era la misma, su mente viajaba fuera de Nova Terra, fuera del sistema solar y fuera de la Vía Láctea, atravesaba constelaciones y nebulosas distantes. Los brillos estelares se notaban en sus ojos, recorriéndolos a toda velocidad.

            —Ves Zafiro, el muñeco tenía razón, cuándo has visto que Perla se ponga así— Equis estaba tan feliz, como si todas sus penas se acabaran en este momento, en este preciso momento—. El muñeco es honesto, pero es tonto, ahora nos quedaremos con todo el botín, los dulces y la mujer —Le dedicó una sonrisa psicótica a Piñato, mientras introducía un dulce también en su boca y le pasaba otro a Zafiro.

Zafiro dudó un instante en tragarlo, pero también lo hizo. En medio de los destellos que nublaban su mirada, vio a Perla, su amiga, elevarse algunos centímetros del suelo, pero no solo eso, la mano derecha de la mujer se tornó de un color fucsia eléctrico y aquel color avanzaba por sus extremidades. Perla también lo notó, el cambió fue inmediato, del total éxtasis al pánico absoluto. Sus manos no solo cambiaron de color, sino que empezaron a desmoronarse, así como sus pies y lentamente aquel mal ascendía por todo su cuerpo.

Luego fue Equis quién cambio a un color verde y Zafiro irónicamente, cambió a un color azul. Perla y Equis eran solo un montoncito de polvo en el suelo, al cabo de un par de minutos. Mientras Zafiro, con solo su cabeza intacta, aún podía percatarse de lo que sucedía. Observó a Piñato acercándose a su rostro. Con la tranquilidad que lo caracterizaba, pronunció unas palabras directamente en su cerebro confundido:

            —Nunca les reciba dulces a extraños—. 




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